El amaranto promete ocupar un lugar cada vez más protagónico en la dieta de los argentinos, ya que su grano tiene un alto valor proteico y como cultivo cuenta con una gran plasticidad agroecológica, informaron investigadores del INTA de la ciudad bonaerense de Pergamino. El informe de los técnicos del INTA reveló que “la especie representa una alternativa tanto para la agricultura familiar como para el pequeño y mediano productor porque no requiere de maquinaria específica y se adapta a distintos tipos de suelos y climas. “Es la estrella junto a la quínoa y la chía —cereales andinos—, ya que hoy junto a éstas, se lo puede ver incluido en propuestas gourmet y en las dietéticas, en forma de harinas o galletitas”, expresó Luis Jacquelin, responsable del campo experimental de INTA-Pergamino. “Más allá de su reciente fama, parece ser una verdadera promesa a futuro”, agregó el experto, que junto a Andrés Llovet y Javier Elisei es autor de una publicación sobre el cultivo de amaranto o “kiwicha”. “En razón de sus cualidades nutricionales, el amaranto se convirtió en otro aporte a la seguridad alimentaria”, sostiene el informe del INTA Pergamino. En ese sentido, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmaron que “sobre un valor proteico ideal de 100, el grano de amaranto alcanza un 75; la soja 68, el trigo 60 y el maíz 44”. Con amaranto se pueden preparan papillas y mazapanes, no harina, por la ausencia de gluten en su composición, y combinado con otros granos se logran alimentos de alto contenido nutritivo y gustativo, especialmente destinado a los niños. Jacquelin señaló que “el amaranto tiene elevados niveles de aminoácidos esenciales, calcio, hierro y fósforo, que superan a los cereales tradicionales y por la ausencia de gluten en su composición alcanza también a satisfacer la alimentación de la población celíaca”.
Guillermo Peiretti, de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Nacional de Río Cuarto, Córdoba, ya había desarrollado ensayos de adaptación del amaranto al que se consideró como un grano “redescubierto”.
“Esa experiencia nos motivó a iniciar el estudio aquí, en plena pampa húmeda”, sostuvo Jacquelin, quien confirmó la “amplia plasticidad” del cultivo, como una de sus más importantes potencialidades. La especie es estival y por su amplia plasticidad agroecológica, se adapta a variadas condiciones de clima y suelo. “Existen antecedentes de su cultivo en áreas marginales de La Pampa, San Luis y en Córdoba (Traslasierra)”, según el estudio del INTA. Pertenece a la familia botánica “quenopodiáceas”, es un pariente cercano del yuyo colorado (Amaranthus quitensis), maleza presente en cultivos de maíz y soja y se cultiva en América desde hace más de siete mil años, constituyendo con el maíz y la quínoa, la dieta básica de mayas, incas y aztecas. Fue considerado por la Organización Mundial de la Salud como uno de los alimentos recomendados para el futuro, y la NASA lo incluye como parte de la dieta para un futuro lejano.
Sólo otras 20 especies vegetales aportan un valor proteico y calorías similares al amaranto, entre ellas los cereales como el trigo, el arroz, el mijo y el sorgo; tubérculos como la papa, el camote y la cassava; leguminosas como el frijol, el maní y la soja, y la caña de azúcar, la remolacha y el plátano.
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